Película que inicialmente plantea interesantes posibilidades
para el análisis social y político en el contexto de una familia de origen
judío que vive en el barrio neoyorquino de Queens en laos años 80’ la era
Reegan… pero ahí se queda… pues es un fallido retrato familiar inspirado en la
propia infancia del director. Es por eso que puede recordar a Belfast (la película autobiográfica
del norirlandés Kenneth Branagh aunque que la de hoy con bastantes peores
resultados… y es que la trama es un fallido intento por mostrar desde la perspectiva de un
joven adolescente la situación de racimos, elitismo y meritocracia neoliberal
de dicho contexto, aunque lo hace de una forma totalmente inocua sin
profundizar en los temas tratados y formalmente cercano al melodrama televisivo
dominical.
El
protagonista principal es un niño supuestamente problemático, pues su retrato
es más bien el de un niño consentido que hace lo que quiere en su familia que
no se sabe muy bien porque, a diferencia de su hermano (totalmente diferente a
él) va a una escuela pública y no
privada, allí se dedica a hacer inocentes gamberradas junto a su mejor amigo un
chico negro marginado cuya historia queda poco perfilada y de forma nada
creíble en su intento por reflejar las desigualdades sociales. No ayudan
tampoco el trabajo como actor de los jóvenes adolescentes. Poco creíbles e
incluso por momentos vergonzante.
Película
autocomplaciente, blanda y predecible con intentos de humor nada logrados. Hay
poco donde rascar en esta historia que se desinfla enseguida y que no salva
siquiera las buenas actuaciones de los consolidados actores y actrices, pues
los personajes que interpretan no dan para mucho Anne Hathaway y Jeremy Strong
hacen lo que pueden en sus papeles de una madre y un padre en constante,
caprichoso e incluso irritante cambio de humor. Algo más parece dar de sí
Anthony Hopkins el personaje del abuelo que da algo de vida a esta historia,
aunque su relación con el nieto es predecible y nada original en el papel de
paladín de los buenos consejos como única figura a la que el nieto reconoce
como influencia.
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