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Foto: Joe Herrero |
La
tempranera hora a la que se anunció el inicio de la actuación de la banda
liderada por Ewan Currie, hacía presagiar un cartel doble más que una actuación
con telonero. Ilusorio razonamiento y el gozó en un pozo de los muchos aficionados que se apuntaron al evento
más por el reclamo de los “perros pastores” que por el de las aclamadas
hermanas. Cuarenta minuto de reloj suizo por tanto, para que los canadienses ofrecieran
un apañado repertorio de canciones repartidas por su discografía, para agitar a
base de rock sureño, hard-blues y boogie-rock con ramalazos progresivos y
alguno que otro psicodélico… a un público deseoso de fiesta.
Engrasadísimos
como banda, sus pavoneos instrumentales y duelos de guitarra se festejaron
tanto fuera, como dentro del escenario. Divertimento a raudales concentrado a borbotones,
aunque sin llegar al desparrame… que parte del público reclamaba. No era esta
la noche para ello, aún así el final con “Scarborough Street Fight” y “Nobody” con
el bueno de Samus Currie dando un paso al frente del escenario, hizo recordar
su reciente visita al veraniego Huercasa de hace cuatro meses en el que sí que se
despacharon a gusto. Esta vez fue un buen concierto a medias que acabó cuando
empezaba a calentarse.
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Foto: Joe Herrero |
Las
hermanas Lowell, junto a su baterista y bajista, aparecieron totalmente de
blanco, para comenzar aceleradísimas, con la guitarra de Rebecca sonando
electrizante y el lap-steel de
Megan echando chispas… sin parar de moverse por el escenario, acercándose y
alejándose mientras atacaban “Strike
Gold” y “Kick the Blues“ dos recientes canciones que aparecen en su último
disco Blood Harmoy (Tricki-Woo 2022)
que sonó casi al completo y con más garra aún que en su versión estudio. Lo
mismo que “Gerogia off my Mid” que prestaron comentado sus andanzas entre la
citada ciudad natal y su posterior residencia en Tennesse y que se alzó álgida
y ruidosa como gran momento de la noche.
Otro buen
momento fue cuando bajaron revoluciones con un blusazo pantanoso “Prechim Blues”
una irreconocible versión de Son House que arrimaron -lo más posible que se
deja el primitivo lamento- a su terreno, que no es otro que el sonido de raíz
en su versión contemporánea, el popularizado por los Black Keys como se
comprobó en las siguientes “She’s Self Made Man” y “Blue Ride Mountain”.
Las
revoluciones llegaron al punto de ralentí con un set acústico de tres canciones
que el cuarteto interpretó arremolinado alrededor de un micro vintage poco
amplificado, con Tarka Layman
al contrabajo y Ben Satterlee con las escobillas sobre una única caja. Pidieron
máximo silencio, que… teniendo en cuenta las características de la sala, se
respeto más que menos, para tocar bluegrass dijeron, aunque más bien se
movieron por las sendas del country-folk, recordando a su banda de adolescencia
The
Lovell Sisters, en el que actuaban con su hermana Jessica. Controvertido momentos,
pues no fueron pocos los que desconectaron, comentando que no era eso lo que
veían a ver, aunque la mayoría sí que apreció el cambio de tercio.
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Foto: Joe Herrero |
El
que esto escribe tira por la del medio: emocionantísima “Might as well be me”,
no tano la siguiente “Southern Comfort” tras un extensísimo speech un tanto
pueril y cansino sobre el amor que se tienen las hermanas y las s excelencias
del blues, y una intrascendente “Crocodile rock” coreable versión de Elton John
que sonó más de cara a la galería… que
como sentido homenaje al pianista británico. Se extendió demasiado el set,
aunque eso sí, la voz de Rebecca sonó magistral en estas canciones.
Completaron
los reglamentarios noventa minutos al grito de fiesta, alternando revoluciones,
sin llegar a las iníciales y con la sensación de haber visto ya todo lo que
podrían ofrecer... que no fue poco Hubo de todo y para todos, pero no en la
dosis que cada uno requería, sino en las que ellas querían suministrar. ¡Como
debe de ser!