La
segunda jornada del festival de la mazorca la abrió con alguna nube dando un
respiro, aunque quien no lo dio fue la La
Perra Blanco. El trío liderado por la joven Alba Blanco secundada por los
experimentados Guillermo González y Jesús López incendiaron la tarde a base de
country-blues cañero y rockabilly desbordante. Ataviada igual que aparece en la
portada de su Ep “Won’t you come on”, se sobrepuso a una actuación difícil como ella misma
reconoció, pues la cantante y guitarrista no se encontraba aún bien por un
reciente covid. Algunos se preguntaban cómo sería verla en plena forma porque a pesar de su estado y las dificultades con
el sonido de una de las guitarras tras romper una cuerdas de otra, ofreció una
hora intensa de sonidos viejos dijo, entre dicharacheras ocurrencias sobre su
estado físico que no le impidió bajar guitarra en mano del escenario –también
el contrabajista- para pisar la hierba y montar un fiestón campestre. Para
quitarse el sombrero.
Entre
breve brisa de atardecer apareció Eilen
Jewell. La cantante de Idaho ha
estado un tiempo apartada del ruido y curando heridas sentimentales viviendo en
una cabaña en el bosque y en el inicio de su actuación fluyó con la acústica
sumida en amables medios tiempos de country-blues evocador, rescatando alguna
antigua y balsámica canción junto con las nuevas de “Get behind the Wheel” -su
regreso- en las que la eléctrica de Jerry Miller brilló sedosa en los momentos
precisos. En la segunda mitad del concierto la cantante y compositora de Idaho
se abrió con garra a los sonidos del americana y el rithm&blues, cambiando acústica por eléctrica, sin olvidar las melodías
íntimas. Se acordó de Jackie DeSannon en la animada «Breakaway» y de Loretta
Lynn en la muy sentida «Whispering sea»
para, al final aceptar peticiones, la agraciada, la tarantiniana y casi
instrumental «Kalimotxo» que tocó entre risas, y así quedó el público
agradecido y contento, como ella.
Con
el fresco de la noche serrana, se presentó por primera vez España Tennesse Jet. El joven ‘one band man’ asentado
en Nashville ofreció una sobria e imponente actuación que marcó el camino de la
renovación del country. En formato trío y demostró que lleva el género marcado
a fuego -viene de familia que ha trabajado en rodeos- dominándolo hasta
expandirlo y desmarcarse a su antojo con sonidos alejados de la tradición.
Sobre todo en un inicio nada condescendiente, en el que nos con una guitarra
saturada y distorsionada y un bombo que el mismo golpeaba con su pie izquierdo,
junto a un bajo muy grave y los arañazos de un violín introdujo a los presentes
en una tensa espiral de country oscuro y granuloso con momentos de psicodelia
cruda y trepanante, mientras se colaba entre canciones el sonido de los
diálogos de películas del oeste como si de la jungla se tratase. Sorprendió TJ
McFraland, que así se llama el intrépido, llevándose a terrenos insospechados «Creep»
de Radiohead, para volver al orden entre arreglos de slide y banjo y mostrar su
particular vínculo entre la tradición y la contemporaneidad.
Con el frío de la noche
todo el mundo se apretó lo que pudo al calor de las primeras filas que The Sheepdogs caldearon aún más. Fin de
fiesta por todo lo alto con una banda compacta
engrasada que sin salirse del guión cuajó una disfrutable actuación con
las guitarras como protagonista, las de su vocalista Ewan Currie y el recién llegado Ricky Paquette doblándose y
complementándose para delicia de un público entregado en el último cartucho de
la noche. Rock sureño y hard rock a raudales en su versión más festiva con
algunos momentos para el divertimento de sus miembros con sus herramientas
sonoras, sobre todo en un par de momentos de lenta psicodelia instrumental y en
un exultante final con el teclista Shamus Currie dando un paso al frente del escenario con el trombón de
varas entre aires funky-soul, para acabar en duelo de punteos de guitarras con el propio Sammus –chico
para todo- como tercer espada, mientras el Ryan Gullen en el bajo ejercía de animador
con sus pintas retro. Rock directo para el divertimento instantáneo para
finalizar el festival de las mazorcas.