Película
en el que el director británico cuenta una relación amorosa interracial e
intergeneracional ambientada alrededor de un antiguo cine en la costa sur de
Inglaterra, en os años 80’que… en
realidad muestra la soledad, de los personajes que aparecen en esta historia,
tanto principales como secundarios. En el dúo protagonista la soledad por diferentes motivos se
acompañada además de aislamiento.
Temas
universales entre los que se intercalan otros puntuales y de actualidad como la salud mental, el racismo o el
feminismo. Asuntos con los que el director británico trata de situar y explicar
la relación entre los principales protagonistas, pero consiguiendo el efecto
contrario, alejándonos del principal problema citado, pues trata estas
cuestiones secundarias de forma deslavazada, no logrando profundizar en una
historia a priori interesante y atractiva.
Falla
por tanto un desequilibrado guion, aunque tiene algunos buenos momentos, pero
no llega a emocionar en su totalidad. Se echa en falta la fuerza narrativa de
obras anteriores como la lejana American Beauty o la más reciente 1917. Fallan
también los personajes, salvo el de la protagonista que interpreta además estupendamente
como es habitual en ella Olivia Colman. En cambio Michael Ward poco puede hacer
con su estereotipado co-protagonista.
El
guion se suple en parte con una dirección intachable, como es habitual en
Mendes que consigue al menos no desenganchar del todo al espectador. La
película incluso brilla mostrando el contexto en el que se muevo. Sobre todo
como nostálgico homenaje a las antiguas salas de cine, representativas y
elegantes arquitecturas que ofrecían además otra formas de ocio bar,
restaurantes, salas de baile… tan lejos a lo que ahora ofrece un centro
comercial y de ocio.
También
funciona bien el marco de la nubosa costa sur inglesa. Litoral playero de aire
decadente en constante espera del sol, con el inevitable parque de atracciones
luminoso y esperanzador, en contraposición al inestable rumbo de relación entre
los protagonistas.