Paul Major y sus secuaces sigue a lo suyo e insisten… tercos, hurgando en
las raíces del blues, pero actualizándolo en sonido progresivo y minimalista,
infeccioso y psicótico… sin complejos. Psicodelia y blues contemporáneo en canciones
infinitas, un par de ellas se extienden hasta los veintidós minutos: ‘The
Offender’ con la que abren el disco y presentaron como… ¡single
de adelanto! es una constante rítmica que se repite tántrica y granulosa.
Claro ejemplo de oscuros sonidos… y densos de este disco doble de 80 minutos de
duración y siete entregas. ‘Jim Tully’ rivaliza
en minutaje, aunque reduce revoluciones, se recrea tensamente en tiempos lentos
y saturados.
Parajes más concisos, entre los cinco y nueve minutos taladran la mente de en una excelente muestra de cómo evolucionar el rithmanblues y el
hard rock, ‘Disposables Thumbs’ tortuosas guitarras que se retuercen entre
aullidos de voz o ‘Bad call’ rabiosa y desesperada, suena a los Stones… a
o lo que deberían ser lo que queda de la banda de Jagger y Richard. Si los de
Londres lapidan el legado heredado de Chuck Berry, aquí están los de Brooklin para recuperarlo y revitalizarlo.
La voz… a veces gruñidos de Major, ahondan en la bendita zozobra… pero también arrulla cuando el bucle
psicodélico te abraza hasta el más allá ‘Counterfieter’ en la que… un tanto
sorprendentemente y sin aporte reseñable, colabora Kurt Vile. Varios espacio dominados
por la improvisación, o eso parece, una jam eterna que hacia el final del disco
‘The conversation’ y ‘The incompetent villains of 1968’ se torna igual de sucia
pero en su versión experimental, rayando los límites auditivos del sonido. Momentos
con los que avanzan sin miedo hacia la electroacústica y el ruido extremo… y
además enganchan. Brutal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario