Bad Religion.Foto Robbie Ramone |
Tras el maratón inicial, la jornada del sábado comienza para el que esto escribe con el cielo cubierto y entre leve lluvia casi anocheciendo con Yungblud, que logró congregar a un buen puñado de jóvenes cómo él sin prejuicios estilísticos, que es lo que ofreció el veinteañero Dominic Richard Harrison, una batidora de sonidos punk-rock facilón, rap cañero, hip-hop bailable y rock contemporáneo para los estadios… entre los que se colaron interesantes acercamientos al ska en su versión más sofisticada y revolucionada. El británico de Doncaster como frontman se trabajó con euforizante entusiasmo a la chavalería a la que no paraba de arengar enérgicamente. Se le veía con ganas de estar en la pista pasándolo bien igual que sobre la tarima. Actuación apreciada también por el público veterano pero en breves dosis.
Yungblud. Foto Robbie Ramone |
Llegó la
actuación más esperada de la presente edición. Bad Religion con Greg
Griffin al frente enlazaron trallazos de punk rock californiano demostrando
quienes inventaron y pusieron nombre al género. La batería de imprescindibles
títulos que iban cayendo ocuparía buena parte del espacio de esta crónica. Como
nuestra el final con «Sorrow», «Generator», «21 St Century (Digital Boy)», «American Jesus» en el bis... y cada cual que incluya la suya. La
trituradora melódica sigue engrasada y con la maquinaria a punto. Las guitarras
parecían volar solas, impulsadas por una base rítmica incombustible y precisa
como un metrónomo, para un público que gastaba las últimas balas en forma de
pogo, más o menos salvaje según la edad, hubo de varias generaciones saltando entre
las primeras filas. Los angelinos demostraron estar a la atura de los esperado
como cabezas de cartel.
Misconduct. Foto Robbie Ramone |
La papeleta de cerrar la noche recayó en Misconduct y que mejor manera que hacerlo que dándole una vuelta de tuerca a base de hardcore punk dinámico y ultraveloz con el que atrajeron a un buen puñado de gente que aun tenía la pila cargada. Los suecos, ante la tesitura dejaron la melodía en un segundo plano, aunque sin prescindir ella, para ofrecer una actuación trepidante y urgente como colofón a la noche
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