El director italiano regresa al formato largo
para contar la odisea de dos adolescentes que desde Dakar quieren llegar a Italia
para experimentar el sueño que reflejado en las pantallas ofrece occidente. Los
ingenuos protagonistas no huyen de la miseria, ni de la persecución política,
solo quieran vivir la ilusión europea. En su viaje hacia el espejismo, por el
desierto y el mar, se topan con la realidad, la aventura emprendida no es un
juego, sino una apuesta a vida y muerte en la que la primera pende de un frágil
hilo con respecto a la segunda y en el que la violencia manda.
Explícita y
colectiva pero implícita en miedos individuales, rebajada con escenas de
realismo mágico solidario que contrasta con otras de género aventurero. Desconcertantes
episodios que llevan a la confusión. Intachablemente rodada, la historia -no
por menos conocida es menos necesaria- no aporta más allá de lo que se ve en
los noticiarios, si acaso una buena ficción que detalla la acción de bandas
armadas y gobiernos con respecto al drama humano migratorio. Una
bienintencionada, pero irregular metáfora representada en el improvisado
capitán de una tripulación uniformada por camisetas de los equipos de futbol europeos
a los que se dirigen… que solo les quieren como espectadores… y en sus países
de origen.
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