En
el cómodo, espacioso y siempre agradable recinto de hierba del campo de futbol
municipal de Riaza, se celebró la nueva edición de este abarcable festival de
un único escenario y cuatro bandas por día, en un ambiente inmejorable que
reúne familias con grupos de amigos y público experto con curiosos ávidos de
nuevas viejas músicas.
Abrieron
con el sol de media tarde aún en lo alto Red
Beard banda de la isla de Gran Canaria liderada por el locuaz cantante y
guitarrista Jaime Jiménez, que logró
reunir a un buen número de incondicionales además de logar la atención de
muchos otros que andaban todavía entrando y ubicándose. Tienen ya varios discos
y algunas giras europeas a sus espaldas, pero aquí sus actuaciones son pocas,
por lo que se mostraron muy agradecido por la ocasión brindadas, respondiendo
con solvencia y desparpajo una buena muestra de rock sureños y country rock a
dos guitarras con incursiones acústicas y el teclado aportando brillo a las ya luminosas canciones. Destacó su
líder como frontman manejando el escenario y contando anécdotas entre
divertidas y macabras.
Con
los rayos del sol declinando apareció Robert
Finley. Toda una vida actuando en la sombra para que antes de la pandemia
resurgir discográficamente editando sus primeras referencias en solitario. A
sus 69 años, como nos recordó el de Luisiana, está viviendo una segunda
juventud reivindicándose más con asombro que con malicia, impulsado por el
reconocimiento de Dan Auerbach. Apareció con una camiseta con la imagen de la
portada de su último disco “Sharecropper’s Son” en la que aparece el mismo.
Sonriente y simpático contó que iba a cantar la historia de su vida –hijo de
las plantaciones de algodón- y lo hizo con una fantástica voz de registros muy
variados, modulados en función de unas canciones-historias que transitaron
entre el blues festivo de aire campestre y sureño y acercamientos al soul y
góspel menos ortodoxo. Apoyado en una firme banda y en su única hija a la que
presentó con orgullo y que le guió en su ceguera, se tomó un descanso para
otorgarle merecido protagonismo a ésta y su atrayente voz.
Ya
de noche aparecieron The Sadies, en
formato trío tras la muerte de Dallas, que dejó a su hermano Travis huérfano
como único guitarra de la formación. Los de Toronto siguen hacia adelante y no
ha dejado de grabar y actuar solventando la adversidad. Se echó en falta el
juego de guitarras entre hermanos, pero con la batería y contrabajo redoblando
esfuerzos, ofrecieron una excitante y acelerado recital a base de sonidos que
incluyeron desde surf, country o espagueti western al no menos característico
garaje y psicodelia en tiempo medio. Ramalazos del hilbilly y bluegrass
frenético se unieron a la fiesta, en piezas cortas instrumentales frenéticas, desaceleraron a su antojo en una
montaña rusa de sonidos vibrantes. Infalibles… como siempre.
Apareció
Jesse Daniel que tras un par de años
recorriendo miles de millas por su país aparece por primera vez en Europa y
España como remarcó varias veces con entusiasmo. El californiano es la nueva
esperanza del country y actuaciones como la de esta noche así lo atestiguan. Brillaron
unas guitarras afiladas en explosiva melodías con mucho gancho que se
agrandaron apoyadas en los coros de su compañera y salvaguarda Jodi Lyford y en
el pedal steel del muy presente Caleb Melo. Más allá del sonido Bakersfield -electrización del
honky-town frente al sonido Nashville- que
le caracteriza, ofreció hora y media larga de country alegre y accesible,
coreable y bailable con el que el público enganchó con facilidad, sobre
todo cuando tiró de mariachi y se lanzó con una canción en castellano alabando las virtudes del trabajo. Gran
broche a una jornada excitante.
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