A
partir de ahí, la dupla de hermanos que dirigen la película, muestra el drama migratorio
actual. De
forma sencilla, directa y sin rodeos, con sobriedad y algo de distancia, narran
el día a día de los dos protagonistas cuya prioridad principal, una vez
cubiertas las necesidades mínimas de alimentación y alojamientos cubiertas por
el centro de acogida, será conseguir dinero para pagar la deuda de Lokita con
la mafia que le ha trasladado a Europa, además de enviar ayuda económica a su
familia. Recursos económicos que no tiene otra opción que conseguir de forma
ilícita en escenarios de coacción donde aparecerá la violencia.
Utilizan
para ello una curiosa combinación de thriller social de aspecto documental, en
el que el abuso físico y psíquico se muestra de forma áspera, no fría porque es
cercana a espectador, pero si objetiva si es que la violencia puede ser
catalogada como tal. Lo consiguen los directores belgas en imágenes visualmente
básicas, ordinarias en sus lugares, tanto exteriores como interiores que
muestran paisajes urbanos no duros pero si anodinos y reales.
Aciertan
los directores mostrando una realidad que no juzgan, pues aunque queda bien
marcado y definido quienes son las víctimas, la distancia con la que tratan las
escenas y el contexto áspero y a veces duro en el que exponen la trama,
consigue que el espectador dentro de la lógica expositiva de la misma, se
explique aunque no comparta las diferentes situaciones traumáticas expuestas a
lo largo del metraje.
A ello ayudan una puesta en escena áspera, de planos cercanos y cámara en mano, además de las interpretaciones no profesionales pero muy creíbles de Pablo Schils (Tori) y de Mbundu Joely (Lokita) al igual que el resto de secundarios.
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