Juega al despiste el director madrileño con el
divertido título (que no es lo que
parece indicar) en su último estreno de apenas una hora de duración. La
película que se mueve entre la ficción documental y mediometraje de corte
experimental. Bien estructurada en dos partes, la primera se sitúa en el
nocturno invierno del centro de la capital, la segunda en un dominical y
luminoso día en la sierra madrileña.
En ambos los protagonistas intentan acerca
sus mundos y formas de vida. Lo hacen mediante una visita en la que fluye la
conversación íntima a y pausada, no exenta de un cierto aire de nostalgia en el
que se charla sobre las inquietudes de la edad: vivir en el campo o en la
ciudad (suena Let’s move to the country de Bill Callaham), o los abortos
naturales a la vez que se come cordero mientras se leen fragmentos de 'Has de
cambiar tu vida' ensayo del filósofo alemán Peter Sloterdijk. Se juega al
ping-pong en la sobremesa y se pasea por el campo menos idílica, junto al tren que
marca el ritmo de la tarde. En su aparente simplicidad parece que no pasa nada,
pero ahí están las dudas adultas agudizadas tras la pandemia. Más que una
crítica, los diálogos e imágenes muestran cierto desencanto por una forma de
vida que no parece apreciar los pequeños placeres que la hacen soportable.
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