Drama costumbrista con situaciones hilarantes y
espacio para el humor desde la mirada oriental, a partir de la cual se muestra
una dolora historia sobre la superación de inesperadas desgracias que a su vez
destapan la soledad en la que vive el individuo tras su máscara de protectora
felicidad. Se inicia con una placida y tradicional reunión familiar, como si de
una película de Rohmer se tratase, hasta que… un radical giro de guion en forma
de tragedia deja noqueados a los personajes y al incrédulo espectador con un
zasca emocional -no es el único- que marcará el resto de una historia en el que
la vulnerabilidad emocional se impone de forma explícita: el regreso del sordomudo
padre biológico del niño protagonista que agudiza el aislamiento y la
incomunicación del film.
También implícita como se muestra en la relación de
pareja tras la tragedia. Contemplativa y poética aunque redundante, no se
acerca al melodrama pues lo impiden nuevos giros de guión divertidos, aun
cuando el fondo sobre el que transitan sea el de la mentira, en un breve viaje
a Corea donde se suceden vertiginosas confesiones y cómicas situaciones en la
mejor tradición del cine Kaurismaki. Lástima que el guion se alargue tras este
suceso digno del mejor final, pero Kôji no afiló el colmillo. ¡Hay que atreverse!
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