En su ercer trabajo los de
Estocolmo se mueven por los terrenos del post-punk sofisticado y ruidoso, de
instrumentación frenética como también lo es la voz de su líder y cantante
Sebastian Murphy que escupe críticas proclamas sobre los temas pandémicos conspiratorios
que aún colean. La banda sueca se desata lenguaraz y un tanto hooligan ‘Troglodyte’ en una montaña
rusa sónica, pero no se queda ahí. Tras algunas concesiones para tomar aire,
como son los tres breves interludios que aparecen a lo largo del disco, dan un
paso hacia adelante ‘Baby criminal’ es un progresivo, contundente… y sobre todo bailable experimento punk cuyo
saxo trepana hasta las mentes más estables. Una composición no exenta de
cierta épica en su versión más enfadada, que recuerda al Nick Cave más salvaje e histriónico.
Fuerzan la máquina en
‘Creepy crawlers’ tensa y claustrofóbica pieza industrial y en ‘Big Boy’
ochentero recitado en el que cuentan con la colaboración de Jason Williamson la
voz del dúo Sleaford Mods o ‘ADD’ un juguetón techno de ritmos sincopados que
no se va de la cabeza. Se deslizan incluso sobre terrenos resbaladizos sin
perder el equilibrio en ‘The congnitive trade-off hypothesis’ una pieza de soul
deconstruido y futurista, además de
atreverse con un apocalíptico trance punk ‘Ain not thief’, asumiendo riesgos
con los que fortalecer una propuesta que mira hacia adelante.
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