Cuatro años después de su última visita
y en el mismo lugar, regresaron los nipones puntuales a una cita que solo la
pandemia ha logrado evitar. Los devotos del sonido psicodélico extremo respondieron
de nuevos a la llamada del templo y llenaron la sala para la ritual liturgia
ácida.
Los de Nagoya, entre constantes nubes de
humo (durante toda la actuación), parecen habitar épocas y mundos distintos con
su aparente trascendencia física… y sonora, que desde el inicio quedó patente
en un bucle continuo y minimalista de
largos desarrollos de punzante pegada
instrumental, dividida en cuatro tramos (el concepto canción no se adecúa a
esta propuesta) en los que la voz de Jyonson Tsu apareció en contadas ocasiones, centrándose más como segundo
guitarra.
Desbordante tramo inicial en torno a media hora, en el
que la guitarra de Kawaka
Makoto como maestro de ceremonia, toma el mando, aunque escoltado por el
sintetizador de Higashi Hiroshi. El primero insiste
obsesivamente con repetitivas variaciones en círculo, extremando las seis
cuerda, mientras que el segundo hace lo propio forzando al límite los volúmenes
hasta confundir distorsión con acople de sonido.
Perturbadora segunda parte de similar duración que se
inicia en un mar de la tranquilidad, ‘Pink lady lemonade’ parece, aunque…
después de muchos minutos en calma tensa estalla en cráteres desde los que
emanan sonidos que arañan y hieren entre ritmos deconstruidos y potentes.
Difícil distinguir unos títulos que parecen transformados mientras se enganchar
unos a otros.
Embaucador el siguiente intervalo de
algo menos de duración que comienza apocalíptico, pero deriva en un
sorprendente ritmo con la batería de Satoshima Nani
como protagonista, con un repetitiva pero
extrovertida percusión un tanto carnavalesca incluso, para dar paso a un
animado brote de instrumentación cercana a las bandas sonoras de ‘serie b’ con
el que los fieles se movieron y hasta hubo algún conato de baile.
Esquizoide el episodio final y en
parecido minutaje, en el que guitarra y sintetizador vuelven a tomar
protagonismo creciendo en tonos inquietante que se fueron tensando
progresivamente hasta tomar velocidad y acabar en un loco sprint instrumental
en todo lo alto. Después bajaron del escenario y tocaron tierra mientras
amigablemente atendían al ‘merchandising’: hablando, sonriendo… hasta el
próximo sacramento lisérgico.
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