Producción
estadounidense dirigida por el cineasta de dicho país en el que se cuenta el
periplo inicial del músico de Minnesota en el periodo que comienza en1962 con su llegada a Nueva York para comenzar
carrera como cantante e intérprete además de visitar en el hospital a su gran
referente Woody Guthrie y finaliza en 1965, ya famoso, con su actuación en el
Festival de Newport de dicho año, en el que sorprendió abrazando la
electricidad para alejarse del formato folk, al menos en su versión como
tradicional cantautor o solista.
Ciento
cuarenta minutos que e pasan en un
suspiro y en el que las canciones de Dylan son las principales protagonista
sonando NO de forma incidental, sino interpretadas enteras y sin cortes por los
actores citados que realizan sus papeles de forma creíble, convincente y
notable, sobresaliendo como secundario Edward Norton encarnando al entrañable
Pette Seger, o también Scott McNeiry en sus apariciones como Woody Guthrie o
Norbert Leo Butz como el folklorista Alan Lomax. Letras de canciones que van
dando forma al cuerpo de la película, pues en ellas Dylan refleja sus
pensamientos en constante evolución que se ven reflejadas en la realidad de sus
actos con respecto a sus parejas, el éxito, el contexto político y social, su
propia música… o viceversa ¿Crean el artista las canciones o son éstas las que
le crean a él?
El
guion es sencillo, ágil y con buenos diálogos, cuenta lo que quiere contar, el
periodo aludido y en la medida de lo posible, la personalidad del esquivo
artista. Lo hace desde una posición de consenso pues Dylan siempre celoso de su
pasado, nunca se ha mostrado transparente, por lo que los biógrafos y
estudiosos de su vida y obra, ofrecen diferentes puntos de vista sobre su
personalidad a veces atraído más por la mística que por la certeza sobre el
bardo de Minesota.
Aunque
la película está basada en el libro Dylan
Goes Electric firmado por el guitarrista de folk Elijah Wald en 2015 no
entra en cuestiones para la constatación de hechos o interpretación de los
mismos, pues no se aborda como un documental, tomándose por tanto algunas
licencias, como por ejemplo el famoso grito de Judas dirigido hacia Dylan que
no se produjo en Newport en el 64 sino un año después en Manchester.
Licencias
de guion aparte, aporta además una valiosa puesta en escena en el que
tratamiento de la luz, espacios y ambientes favorecen la fluidez de la trama
tanto en su contenido como en su forma y aunque pueda dividir… o no, a los muy
dylaniano, no lo hará al resto de seguidores del artista y espectadores en
general.
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