Coproducción hispano-francesa dirigida por el parisino
de doble nacionalidad, que tras la aclamada O
que arde, vuelve a filmar en la naturaleza salvaje, en este caso en un
escenario radicalmente opuesto al de bosque gallego, como es el desierto
marroquí en el que se sitúa esta película… que deja poso, trasciende y queda en
la retina por un tiempo, y en el que la trama, poco consistente porque no es lo
importante aquí, queda supeditada a la radical y magnética puesta en escena
visual y sonara, que desde las primeras imágenes impacta y atrae mientras se
monta un entramado de gigantes bafles cuyo atronador sonido brama en medio del
desierto… que recuerda al Live in Pompeya de Pink Floyd pero quintiplicado en
decibelios y con música trance que a lo largo del metraje… ¡incluso consigue
enganchar!
En inhóspito y hermoso lugar se celebra una rave en
la que desentona la presencia de un hombre maduro y su hijo (inexplicable que
acompañe al padre en dicho lugar) que buscan a su hija–hermana desaparecida,
una habitual de estos eventos. Desde allí comienza una peligrosa odisea para
seguir su búsqueda en una próxima fiesta, acompañado a cinco habituales
seguidores de este hedonista-escapista movimiento cultural.
Surge así una mezcla de géneros entre la intriga, la
aventura, el western y la road movie en la que los seis protagonistas cual
“esay riders” persiguen sus objetivos en huída hacia adelante mientras
puntuales noticias anuncian la zozobra política mundial. Aparecen contantes y
reflexivos simbolismos en relación a una forma de vivir que prioriza lo
colectivo sobre lo individual y que se plasma incluso en la prioridad por el
presente y futuro, al margen del pasado, algo apenas pincelado en esta
historia.
Los personajes no están perfilados, nada se sabe de su
vida más allá del instante, salvo algún atisbo de planteamiento sobre la muerte
de seres cercanos, pero el diálogo, a lo largo de la hora y tres cuartos de
duración de la película, es escaso, preciso y siempre en torno a los momentos
presentes que hay que superar, aunque eso sí, se atisban desgracias pasada en
esta pequeña Parada de los Monstruos
como índica el estampado de la camisa de uno de los dos significativamente
tullidos personajes de esta familia que refleja tanto la que se elige, como la natural
que también es un tema tratado aquí. En cuanto al guion deja noqueado al
espectador con un par de radicales giros, que se desmarcan y se alejan completamente del
canon cinematográfico más previsible, pero impacta a la vez que hipnotiza entre
imágenes y sonido potentes en intensidad y emoción.
Destacable que los actores, salvo Sergi López (el
padre), no son profesionales, son personas que realmente viven la cultura rave,
que aquí se reivindica como respuesta a una sociedad fracasada en la que el
baile y el trance es el vínculo que nos une a la naturaleza humana en esencia
que se cierra con un simbólico y precioso, pero desesperanzador final… o no,
según se interprete, para la reflexión.
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