A partir de ahí se urden varias historias paralelas en un flashback eterno que durante buena parte del metraje dificulta la comprensión del mismo y además desconcierta, pues la película en principio, no paree más que una excusa para el lucimiento técnico y visual con el que mostrar escenas violentas del submundo de una ciudad coreana donde se dan cita la estafa, la prostitución o el tráfico de drogas. Una visión de los bajos fondos bien reflejada en imágenes donde domina la oscuridad y el neón aunque bajo la sombra estética de la excesivamente valorada Parásitos. No aparece la luz natural, quizás para recordarnos las intenciones nada éticas, de cada uno de los personajes que van tras sucio parné.
Efectista por momentos, más en el plano del primer Tarantino que en el
de los primeros Coen. La película funciona mejor con las imágenes y los
personajes que con el guión. Atractivas las primeras, bien perfilados los
segundos: perspicaces unos, grotescos otros… caricaturesco incluso alguno y
hasta entrañable alguna. Es la narrativa la que no consigue que la trama
encaje. Solo cuando el director se olvida de idas y venidas en el tiempo, y la
narrativa se hace lineal, esta irónica historia negra que requiere paciencia y
atención, empieza a encajar.
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