Opera prima del director alicantino que tras curtirse como cortometrajista,
da el salto al formato largo con esta película que reflexiona sobre la soledad
partiendo de una sencilla historia. Sencilla, con un único y bien perfilado
argumento, sin grandes giros ni tramas ocultas, pero muy bien contada. Sobria
en planos y escenas de interior donde los silencios y gestos se imponen a los
diálogos como forma de comunicación entre los protagonista y entre éstos y el
espectador.
Juan,
un funcionario de prisiones encargado de vigilar las cámaras de seguridad y
Berta una madre cuyo hijo esta interno en el centro penitenciario que este
controla, acaban entablando mínimas conversaciones tras encontrarse varias veces en el autobús
que hace la ruta del centro penitenciario. Poco a poco, sin estridencias y con
cuidado de no dar pasos en falso se van conociendo, mientras el espectador
descubre y reconstruye las luces y sombras de unos personajes anodinos que
parecen resignarse a su precaria vida emocional-sentimental.
Un
encuentro verosímil filmado en un contexto que no se aleja del neorrealismo
italiano en el que los protagonistas (interpretados sobria y acertadamente por
Roberto Álamo y Emma Suárez) van tejiendo un frágil vínculo que parece en
constante inestabilidad, pues aunque les acerca la soledad las distintas
situaciones en las que viven les distancian.
Algunos
momentos de humor un tanto surrealista aportados por el competente actor de
reparto Manolo Solo en el papel de Rafael (compañero de Juan), consiguen
rebajar el agobio existencial de esta historia modesta que va mostrando paso a
paso lo necesario y que en su final deja incluso un curioso y mínimo atisbo de
duda… que no jabría que descartar incluso como involuntario.
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