Película, en
la que es difícil, aunque se trate de evitar, caer en lógicas comparaciones con
respecto a las versiones que le antecedieron que muestra luces y sombras, aunque
hay varias entre las segundas, la sensación final que deja su visionado es
positiva. Pesa más a la hora de atrapar al espectador la popular e imperecedera
historia y el hechizante personaje, que
la manera de presentarla al público.
En cuanto a
su puesta en escena destaca por su irregularidad, por momentos su belleza
estética va de la mano de un correcto guion: la naturaleza agreste con su
amenazadora oscuridad nocturna en contraposición al clasicismo costumbrista de
la ciudad, está muy bien logrado, pero se desborda en escenas excesivas en su
barroquismo estético, parece querer su director llegar a todo tipo de públicos
y ahí se pierde por momentos en escenas gratuitas con las que impactar al personal
habido de morbo fácil.
La
caracterización del propio Nosferatu raya lo grotesco sepultado en capas de
maquillaje. Más que misterio provoca rechazo y las escenas de succión sanguínea
sonrojan por su cercanía al cine gore en su versión más naif. En cambio las
escenas del castillo con el inmortal personaje semiculto entre la oscuridad y
el fuerte contraste con la luz del fuego de la chimenea si logra crear una
atmósfera de intriga y desasosiego.
No arriesga
el director norteamericano y casi se agradece, con un guion más cercano al
Nosferatu dirigido por Murnau en 1922… que al pretencioso que filmara Coppola
en 1992 el Drácula de Bran Stoker (obra
literaria en la que se basan todas las adaptaciones cinematográficas,
llámense Drácula o Nosferatu por cuestión de derechos de autoría), pero muestra
un exceso de diálogos que no son necesarios para explicar esta universal
historia y que le hacen perder la tensión psicológica y enigmática que si tenía
la versión de Herzog de 1979, con silencios esclarecedores.
Bien
filmada, pero excesivamente alargada en los personajes secundarios que aquí toman un protagonismo no visto en las
anteriores, interesante como novedad pero sin trascendencia para la naturaleza
de la obra, salvo las figuras del alquimista y el doctor, que si aportan buenas
escenas con diálogos interesantes en cuanto a la ciencia y las creencias.
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