Insiste el director japonés con el tema familiar para mostrar en esta ocasión, en Corea del Sur un drama vestido de comedía con subtramas de cine negro: mafia, prostitución, policías… que no ocultan el verdadero foco al que apunta la película, el negocio ilegal de compra y venta de niños abandonados para la adopción. Cine social vuelto del revés, pues desde un punto de vista tragicómico, consigue que el espectador simpatice con dos mercaderes de bebés que parecen más unos acomplejados pobres diablos, que criminales sin escrúpulos. A partir del este dúo de delincuentes de cara amable, el director profundiza en el interior de los personajes para mostrar su humanidad y la soledad en la que viven.
Retrato
que el cineasta expone de forma honesta y sin prejuicios. Es además una road movie
en el que los protagonistas, en pequeños detalles y diálogos muestran sus dudas
presentes y sus complicados pasados, mientras van creando una improvisada y
provisional pero auténtica familia… exenta de vínculo sanguíneo. Las emociones
brotan sosegadas y la personalidad de los protagonistas se muestra poco a poco
con milimetrada precisión, según avanza esta atractiva trama que tiene
bastantes anclajes para identificarse con las diferentes situaciones que se
suceden entre lo divertido y lo reflexivo.
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