Coproducción hispano-portuguesa que narra una
historia de suplantación en busca de la identidad propia y del reconocimiento
de la ajena. Lo hace a través de la figura de un desencantado profesor de
geografía: Manolo Solo que anonadado por la desaparición voluntaria de su
mujer, decide… o se deja llevar por un deseo oculto pero siempre presente:
reinventarse una nueva vida Es así como
si de una fábula se tratara y de forma un tanto azarosa como acaba cuidando el
jardín de una finca regentada por una enigmática mujer: Maria de Medeiros.
A
partir de ahí se urde una conexión que no necesita de muchas palabras para
mostrar desajustadas personalidades: asumidas las de ella, sin reconocer aún
las de él. Entre el mundo rural portugués y el urbano de Barcelona fluye el
guion a ritmo pausado, recreándose sin abusar, en cada secuencia y plano en el
que interactúan los personajes y su
entorno: el espacio que da título a la película se convierte en
privilegiado e inerte esencial elemento de la narración. Habla además de la
gratitud y solidaridad entre personas y empatiza con sus luchas diarias que
esconden sorpresivos pasados. Valorable
película que juega además con la intriga en su versión más placida, y aunque en
su último tramo pueda preverse su desenlace, no desmerece el resultado final.
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