Durante la primera parte del metraje la trama avanza
lentamente, mostrando la tensión a fuego lento, retenida en el interior de la
protagonista, mostrada al exterior con cuentagotas y sutilmente. Sumida en un
silencio acentuado por los amplios pero vacios espacios por los que se mueve la
princesa.
Escenas sin diálogos en los que la cámara se acerca
obsesivamente a ella… precisamente cuando el diálogo fluye se pierde ese halo
de misterio y opresión, innecesarios incluso en algunos momentos como cuando en
una de las pocas intervenciones relevantes del príncipe Carlos trata de explicar
(innecesariamente) lo que supone la exposición al público de la familia real…
…que aunque de forma un tanto
unidireccional, acertadamente se retrata poco perfilada, para no caer en
distracciones sobre la opresión que sufre la díscola integrante familiar.
Destacable también el uso del jazz como contrapunto dinamizador a la esclerosis
de los personajes en distintas escenas.
Hasta aquí todo bien, pero desgraciadamente la película avanza hacia el
melodrama más convencional e intrascendente según apareen diálogos y tramas
secundarias como: la fallida relación de Diana con Ana Bolena (la ejecutada
reina consorte de Enrique VII) que se desvanece entre ambientes fantasmales innecesarios
y de escaso aporte, la constante insistencia con la comida en un innecesario
derroche estético, la animalista heroicidad final en torno a la montería real o
incluso traspasando la línea roja del bochorno
mostrando como si de un mal videoclip ochentero se tratase a Diana
desfilando bajo los diferentes vestidos que la popularizaron en sus apariciones
públicas.
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