
Hay algunas visitas humanas no
deseadas y esporádicas visitas animales deseadas. Nadie tiene nombre… el gato
sí. Los capítulos no tienen título. No hay un tiempo ni lugar definido. El
hambre y el frío si lo están, constantes, monótonos, pautando las fuerzas
físicas y anímicas de los personajes, perfilando con precisión un tiempo que se
hace impreciso hasta la irrealidad.
La comunicación verbal es casi inexistente,
pero ocurren cosas, avances y retrocesos cotidianos que la mujer nos cuenta en primera persona
como monologo unidireccional hacia el niño que, salvo en contados monosílabos o
palabras que se repiten, no habla. Se suceden las adversidades a superar entre
pequeñas venturas que saborear, concentradas en algo menos de ciento cincuenta
páginas intensas, que fijan el ojo a la hoja en busca de un resquicio por el
que se cuelen los afectos, tan escasos como gratificantes entre mujer y niño. Emocionante
y dura.
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