17 marzo 2009

JONATHAN RICHMAN (7-3-09) Neu! Club - Madrid

Todo vendido para ver al eterno adolescente de Massachusetts. Guitarra española sin ningún tipo de amplificación y sin correa al hombro (para voltearla a gusto), y acompañado sólo por una batería básica manejada por un Tommy Larkins en lógico segundo plano, fueron suficientes para entrar en el terreno de las emociones verdaderas.

Presentó las canciones de su último disco "¿A que venimos sino a caer?" que recoge parte de las canciones de sus últimos discos, cantadas en castellano, italiano y francés más alguna otra clásica adaptada para la ocasión como "Vampire girl", convertida en "Vampiresa Mujer" y que, junto a "Es como el pan", "Celestial" o "Yo tengo una novia" fueron de las mejor recibidas por un público curiosamente variopinto, entre el que se veía bastante gente ¡joven! y algún que otro ¡moderno despistao! No se olvidó además de sus particulares homenajes a pintores, como la clásica "Pablo Picasso" o la más actual "No one was like Vermer"

Por la sala se podían leer carteles advirtiendo de la negativa del artista a que se fumara en la sala, alegando problemas de salud. Realmente no se cual puede ser su dolencia, pero es cierto que su imagen parecía enfermizo con aspecto entre la fatalidad y la derrota aunque con su sempiterna vitalidad y energía durante toda la actuación (contradicción ya reflejada en el título de su último disco). Mas puede que sea una impresión derivada del paso del tiempo, Jonathan Richman gasta ya 57 años y la última vez que le vi fue hace 19 años en plena madurez pero aun joven y sobrado de ímpetu si el recuerdo no me engaña.

Simpatiquísimo con el público, este artistas juega la baza teatral a la perfección, no entendiéndose una actuación suya sin la intervención del público, al que no para de preguntar por el significado de las palabras, hablar directamente con él o parar la canción para explicar algún aparte a la letra de la misma... improvisando incluso memorables diálogos en falsete.

Ayudado por gesto naturales y bailes artificiosos e imposibles ya conocidos, surgen de nuevo el artista al desnudo mostrándonos el fondo de su alma, pues tras las canciones su gesto de agradamiento era el de mostrarse con los brazos abiertos y palmas extendidas, cual crucificado de mirada perdida pero cercano a la vez. Contrapuntos que nos llevaron de los sentimientos más vivos, divertidos y espontáneos a los más sufridos y reflexivos. Su escaso dominio del idioma no es obstáculo sin embargo para percibir todos estos sentimientos.

Excelente en el trato de las seis cuerdas, tocadas con igual maestría tanto como percusión como melodía, se despidió como llegó, con la guitarra en su funda a modo de maleta solitaria. Como único equipaje de un viaje que no acaba.

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