Inclasificable historia entre el cine negro y
fantástico en la que prima la originalidad y la escenificación de la trama por
encima de la narración y la resolución de la misma. Una enigmática y fría mujer
llega a una ciudad portuaria del norte para realizar un trabajo como asesina a
sueldo. Está en juego el control del tráfico ilegal por lo que la protagonista es
necesaria para los dos pretendientes en su lucha. Lo valorable es la atmósfera
en la que se desarrolla esta apreciable alegoría de difícil solución. Atrapa en
su grisácea y asfixiante ambientación (incluso en las escenas de exteriores),
simbolismos en forma de cetáceos monstruosos y la dualidad entre lo real y lo fantástico
que funciona, aunque resulta difícil establecer el vínculo entre ambas. No
importa, todo ello se impone a los vicios que muestra la cinta: diálogos inverosímiles
y pretenciosos, sobre todo en el personaje interpretado por el bueno de Ramón
Barea (desubicado y poco creíble en esta película) en contraposición a las
acertadas pocas palabras de la joven sicario, bajo el magnético hechizo
interpretativo de Ingrid García Jonsson. Surgen dudas, la intriga permanece
hasta el final, indescifrable en su críptica metáfora, pero atrapa y mantiene
expectante al espectador con su originalidad y bellísima factura.
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