Una pequeña comunidad de habitantes en un
entorno rural cercano a la gran urbe de Tokio vive en estrecha y estable relación
con el entorno: el agua, sus bosques y fauna principalmente. Allí vive Takumi
nombre que significa ‘maestro artesano’ con su hija Hana ‘hermosa como una
flor’, apelativos nada casuales como se
irá comprobando según avanza la trama. Es un relato sencillo, mínimo,
contemplativo sobre todo en su primera parte con planos secuencias bellísimos
pero eternos, excesivos incluso para los defensores del personal estilo
narrativo del cineasta nipón, en el que la naturaleza es protagonista absoluto
mientras van apareciendo los personajes interactuando en ella.
La forma de vida
de los habitantes de la zona, se verá amenazada por la construcción de un
camping de lujo en plena naturaleza -glamping lo llaman los modernos- pero
claro, los intereses económicos feroces nunca casan con la sostenibilidad: ni
natural, ni humana. Las escenas contemplativas ceden espacio y aunque el ritmo
sigue siendo pausado y los diálogos sosegados la cadencia se altera mientras la cámara sigue a los protagonistas
en su diálogo interior. Una artesanal crítica a la voracidad capitalista, una
excelente parábola que se cierra en un controvertido y simbólico final en
extraña relación con el título.
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