Se intuye turbio pasado en Rob, un huraño
personaje que vive en una cabaña en el bosque alejado la civilización. Vive con
una cerda con la el que se gana la vida recolectando el apreciado hongo. Su
único contacto es un joven ingenuo que quiere hacerse valer y prosperar al
margen de los negocios culinarios de su padre y que le compra las trufas. El
animal es robado y viaja a la ciudad para encontrarla, según se va moviendo por
distintos lugares, será el momento en que el espectador irá conociendo los
acontecimientos que han llevado al protagonista a su extrema soledad. La cinta
fluye despacio pero no lenta, con algunos sobresaltos, pero la dinámica que se
impone es el silencio con diálogos reflexivos e inteligentes que sorprenden en
la minimalista interpretación de Niclas Cage, notable actuación lejos de sus
pésimos últimos papeles. Una crítica a la deshumanizada sociedad en la que el
individuo queda despojado de sus sueños ante una realidad que suple la
frustración con falsa felicidad al
servicio de las expectativas ajenas, como se refleja en una genial escena en la
que un atildado chef queda en evidencia,
y que plantea la necesidad de escoger un rumbo propio personal y
coherente en la vida, aunque dicha senda provoque la incomprensión, el desapego
y el aislamiento definitivo.
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