No parece existir la palabra prisa
en el vocabulario del escritor mexicano con residencia en Barcelona. Su obra
aparece con cuentagotas aunque en su descargo…o sin él pues bien valen mayores
obras escasas que abundantes y menores (no es este el caso) hay que añadir entre
sus actividades sus incursiones cinematográficas. Tiempo pues, es el que se ha tomado para presentar diez años
después, este viaje por el altiplano boliviano realizado en 2010 que durante cinco semanas le llevó al inhóspito
y despoblado territorio conoció como “el salar”, paisaje desértico salino (como
su nombre indica) en pleno altiplano boliviano.
Hasta allí llegó, no atraído por la
curiosidad del inusual paisaje, sino acompañando a la fotógrafa holandesa Scarlett
Hooft Graflanden en su búsqueda de inspiración para su nueva sesión de trabajo
con la cámara. Instantáneas con las que conectar land-art y surrealismo para
modelar en el espacio una atmósfera de realismo mágico y efímero.
Lo que en esas jornadas de trabajo
sucede se muestra en “Calcar el desierto” capitulo que por su mayor número de páginas con respecto al resto, articula
y caracteriza el texto. Lo previsto y sobre todo las trabas provocadas por lo imprevisto,
son narradas con pausa pero a la vez con agilidad, deteniéndose en dichas
dificultades los justo, lo suficiente para generar las soluciones que precisan
tanto la artista visual como el autor del texto, que no definiremos como
literatura de viaje, pues aunque los personajes vienen y van, el territorio,
también protagonista (principal incluso), permanece.
Los asimétricos capítulos siguientes (tanto en forma como
en extensión), muestran un altiplano más cercano en cuanto
a poblado, predominando el paisaje humanizado de la pequeña urbe frene al rural
vacio de la nada hospitalaria salina “artística”. En estos nuevos episodios,
los tumbos y tropiezos viene marcados por nuevos elementos, suspense en “Acariciar
un cóndor”, intriga en “Cosas del ancho mundo: el Orquestón” o el choque de sentimientos
en la despiadada y tierna “El despojo”. El componente surrealista con trazas en
ocasiones hilarantes planea sobre ellas,
no de forma “borgiana” aunque se intuye, pero si “buñuelesca”.
Es
este título además una pertinente metáfora de los años de Evo Morales al frene
de la presidencia de Bolivia como esperanza efímera de progreso (entre tumbos y
tropiezos) para la población del país en general y de la indígena en particular, en un
periodo de tiempo prácticamente coincidente con el arranque y finalmente edición
de este Altiplano.
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