El
director de la magnífica ‘Tres anuncios en las afueras’ el cineasta
anglo-irlandés vuelve seis años después con una historia ambientada en una
pequeña isla irlandesa donde sus escasos y disgregados habitantes parecen vivir
ajenos a su tiempo, que concretamente se sitúa en la independiente Irlanda que
en 1923 está inmersa en una guerra civil entre los partidarios de pertenecer al
Imperio Británico y los que no.
El
contexto queda reflejado como una alegoría que se concreta en dos amigos de
toda la vida, uno de los cuales decide, de un día para otro, sin previo aviso y
sin dar ninguna explicación poner fin a su amistad. De inicio y bajo el
paraguas de la comedia el interesante planteamiento sobre lo absurdo de la
guerra que divide a las personas parece funcionar, pero es solo un breve
espejismo, pues enseguida cuando el agraviado no acepta la situación y se
empeña en arreglarlo, un extravagante y peligroso ultimátum por parte del
desavenido provocara grotescas situaciones dramáticas exageradas que no acaban
calar.
Dos
visiones del mundo que se reflejan además en el escaso intelecto de Pádraic
interpretado por Colin Farrelly frente al instruido Colm que interpreta
(Breendna Gleeson) ambos actores irlandeses… y que se muestra en una de las
mejores escenas de la película en la que con la escusa de una borrachera
Pádraic suelta un fluido y convincente monólogo sobre la amistad y el anonimato
frente a la perdurabilidad en el tiempo del legado personal que defiende Colm.
Una
pena porque los personajes principales y secundarios dan juego y están bien
interpretados, la narración e imagen son valorables al igual, pero se pierde en
un discurso filosófico que no acaba de enraizar con la realidad que muestra.
Funciona en el personaje de la hermana de Pádraic que tira del carro y expone
el papel de la mujer como motor de la sociedad, pero no en el de la anciana
como reiterativa e innecesaria pitonisa citada en el título de la película en
su versión original The Banshees of Inisherin.