Metz. Foto: Javier Rosa |
La jornada del viernes se presentaba más compacta en cuanto a sonidos: urgentes y acelerados, rabiosos y agresivos, sobre todo en horario de tarde- noche, y se notó en el tipo de público (ganaron las camisetas de Black Flag). En plena incandescencia solar, los locales Orina reunieron a un montón de gente con una excitante propuesta de electro punk de guitarras cortantes y sintetizadores afilados con algunos momentos de raigambre meridional «Begoña», junto a una voz recitada y sarcásticas letras «Poli en chándal» y costumbrismo urbano y divertido «Parkour».
La marmita siguió bullendo con Finale que
arrollaron con una actuación de aceleradísimo hardcore vieja escuela, sin
concesiones, a cuchillo y con espasmódico nervio punk y voz aguda y esquizoide
¡cómo manda el canon! con su cantante un buen rato entre el público sufriendo
los rigores del veraniego astro. Los valencianos contagiaron, con su actitud, a
un público que cada vez en más número se acercaba perpleja a ver lo que en el
escenario sucedía. Veloces hasta para sobrarles tiempo. Se lo pasaron genial e
hicieron a la gente pasárselo mejor.
Lisabö con tres guitarras y dos
baterías, que marcaban los mismos contundentes ritmos casi todo el tiempo,
ofrecieron un granítico, cerebral y milimétrico concierto. Una montaña rusa de
exaltación sonico-ruidista en equilibrada introspección melódica. Paisajes
sonoros virales y tensos que oxigenaron la ponzoña eléctrica y la espiral
infinita. Grumo duro pasado por una eficiente batidora de filo fino.
Brutales... y solidarios con Palestina.
El quinteto angelino Military Gun
ofreció una dosis de hardcore bailable de estética hooligan y dosis de rock
sofisticado en su versión más british y noventera, con el componente melódico
por delante y la épica pop de vocación trascendental. Sin dejar de lado las
proclamas recitadas entre estribillos y canciones, Ian Shelton su cantante, se
dio un baño de masas entre el público a pie de pista. Hubo también algún
momento para el emocore en una actuación más corta de lo habitual.
Cloud Nothings, desde Cleveland
cargaron las guitarras más hacia el rock alternativo de los 90', aunque no
perdieron su ADN hardcore y punk rocoso. Las melodías de guitarra
agresiva se sostuvieron sobre una contundente batería. Ágiles y
efervescentes en momentos desbordantes de melodía punk, fueron derivando hacia
sonidos más agresivos, que culminaron en un loquísimo pogo impulsado por la
sucia distorsión de guitarra, entre algún momento de claustrofóbica
oscuridad y catártica tormenta final. Sobrevoló el espíritu de Dinosaur Jr y
Mudhoney en una arrolladora actuación.
Wednesday bien entrada la noche y
con más espacio en las primeras filas, atemperaron los ánimos... pero no
dejaron de sonar las guitarras ni el espíritu de los noventa, en este caso de inspiración
Breeders y Pavement... Aunque en «Quarry» se desmarcaron con una visión pop cercana a los
Kinks con su cantante y guitarrista Karly Hartzmande en divertida
interpretación. Dominaron los medios tiempos redentores y necesarios para cómo
iba la frenética jornada, aunque con la distorsión presente en modo lo-fi y
explotando rabiosas y radiantes las seis cuerdas eléctricas con arrebatos
finales a lo riott girl. Se avergonzaron de su gobierno y se solidarizaron con
Palestina, para acabar con «Bull
Believer» y «Wasp» a grito pelao y con autentico cabreo punk.
Se acabó la tregua con Protomartyr y
el espectáculo de su trajeado y vehemente cantante Joe Casey, que con su
teatral voz-ladrido se mostró como todo un todo un crooner punk, pitillo
y birra incluida (aunque esta vez sin abusar). Sostenido por una trotona
batería ganaron en intensidad según avanzaba la actuación con un infeccioso
sonido, a la vez que crecía el histrionismo y sarcasmo de su entregando
líder. Los de Detroit en el tramo final, cedieron además algo de espacio para
el baile más o más bien balanceo de cuerpos pero con la cadera estática.
Con el power trió reconvertido en cuarteto Model/Actriz,
la apuesta por el ruido no cesó, aunque con diferente piel. Los bostonianos
residentes en Brooklyn liderados por un animal escénico como Cole Haden,
que se pasó medio concierto entregado a
la multitud mezclado con el público), ofrecieron un vendaval sónico dando
zapatilla con el sintetizador y avasallando con un desfase sónico de dance-punk
de ritmos tribales y... experimentales en su síncopa minimalista. Una
feroz y ecléctica discoteca global, apocalíptica y artificial... entre Sleaford
Mods y Black Midi. Una muy densa y claustrofóbica propuesta, ideal para el
comienzo de las altas horas.
Los canadienses METZ comenzaron sin
tregua, como una apisonadora rompe cuellos enlazando aceleradas canciones de
inercia salvaje que iban solas, generando pogos en el límite de lo peligroso desde
el minuto cero y constantes mareas slam navegando entre el agrupado gentío. El
espectáculo estaba también en el publico y hasta pasada la media hora no
se relajaron con un atmosférico y desasosegante tiempo lento... fue solo un
necesario espejismo, pues el trío de guitarra, bajo y batería, lleno el espacio
de ruido acelerado y salvaje para acabar liando una buena.
La madrugada se tensó con Gilla Band
(antes llamados Girl Band), y los recitados de su cantante y líder Dara Kiel.
Los irlandeses tramitaron por las sendas del art-punk oscuro y retorcido con
capas de ruido y ferralla industrial además de rock experimental. Sonaron como
la turbia amenaza de un desagüe atascado, para acabar en repetitivos sonidos de
ultratumba ante un público queda movían en tántrica danza zombi.
El dúo de Barcelona Dame Área cerró
la extenuante jornada a base de sintetizadores y percusiones tribales en
primitivo punk sintético e industrial. Trepanante vuelta de tuerca para un
último tramo de noche ruidista y experimental, en este caso en plan txalaparta
techno... de mensajes claros y directos repetidos en bucle: « hay tanta crisis» o «aquí estoy es mi cuerpo». El mejor final tras nueve horas y
media de música muy bien llevada... y programada.
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