El nuevo trabajo del trío madrileño supone un punto
de inflexión en el sonido de la banda. Adiós a las baterías rotundas y capas de
guitarra eléctrica, hola a las percusiones, acústica, teclado, contrabajo y vientos. El resultado es un precioso muestrario de delicadas melodías en calma, pausados
ritmos de tono folk y ligero aire orquestal surrealista y psicodélico.
Las seis
cuerdas prácticamente despareen entre el tenue entramado instrumental y la recitada
voz de Pedro Arranz, a la que acompañan silbidos y chasquidos de dedos que
refuerzan la sensación de inmediatez y lo fugaz, pues no hay estribillos. Las
canciones reposan y respiran sobre un
placentero fondo contemplativo, y sin llegar a formar un cuadro conceptual, es
preferible la escucha completa y sin prisas como balsámico antídoto al ruido de
fondo. Una valiente apuesta, alejada de escenas volátiles, con momentos sublimes.
«El Mundo Me Debe Nada» o «Algo que nos hace
felices» a dúo con Begoña Casado, son solo algunos de ellos.
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