El
director vietnamita asentado en Francia que tuvo bastante repercusión y
reconocimiento hace años con El olor de la papaya verde (1993), Cyclo (1995) o
Pleno Verano (2000), sitúa esta sencilla historia en el entorno gastronómico
rural burgués de la Francia de finales del XIX, para contar la relación entre
un prestigioso gourmet, y su no menos célebre cocinera. Protagonistas
interpretados con solvencia por Benoît Magimel y una Juliette Binoche que crece
con la madurez. Un vínculo profesional que traspasa a lo emocional de forma
velada o insinuada, aunque a lo lardo del metraje se despejan las dudas.
Un
festín cinematográfico comienza con un extenso, pausado y disfrutable espectáculo
para los sentidos con la elaboración de diferentes platos. Escenas en
apariencia intrascendentes, pero que sitúan y perfilan la personalidad de los
personajes y que son además un placer visual filmado con talento en sus
encuadres, utilización de la luz, espacios por los que se mueven los
personajes…
...en
los que un poso de melancolía recorre la mayor parte de unos planos y
secuencias rodados en interiores, la del caserón rural, principalmente la
cocina y el comedor, por el que a fuego lento se cuecen todo tipo de vínculos
humanos en torno a la gastronomía.
Preciosista
en imágenes, muchas de las escenas remiten directamente a cuadros de artistas
de fuertes contrastes de claro oscuro barroco: De La Tour o Caravaggio, u otros
clasicistas exóticos como Ingres. Falla ligeramente un final en el que el
sugestivo ambiente se transmuta en apresurada realidad, rompiendo el hechizo.
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