No
se colgó el cartel de aforo completo en la visita de los de Liverpool a la
capital. En los bares aledaños a la rivera del Manzanares no hubo aglomeración
para pedir cerveza, y diez minutos antes del inicio, las primeras filas eran
accesibles aún y durante el concierto no hubo apenas apreturas en la zona. La
circulación hacia las barras era fluida y mucho más el transito en las filas
intermedias. Ambiente a medio gas que se traslado al escenario… o viceversa,
porque la dupla formada por los dos únicos miembros que quedan de la banda: Ian
McCulloch y Will Sergeant, tampoco fueron un derroche de entusiasmo, aunque sí de
eficiencia… sobre todo el segundo, en su versión funcionarial eso sí,
versátil en la guitarras solista que
sonó impoluta toda la noche, mientras el primero, justo de voz, se esforzó con
ella con desiguales resultados.
Sin
hablarse ni mirarse, no lo hacen desde hace tiempo, los protagonistas dieron
sensación de desgana… y ¡eso que comenzaron con tres de sus clásicos de su
primer disco Crocodile (Korova 1980): Going Up, Rescue y All that jazz este
última con McCulloch preguntando al público si quería bailar, obteniendo
respuesta poco convincente entre el mismo. Se celebró Seven Seas, pero no con
el entusiasmo esperado, pero se animo algo más la sala, tanto los de arriba
como los de abajo con el meddley Nothing Last Forever/Walk on the Wild Side. Como
reconocido admirador de Lou Reed y la Velvet. las pintas y la pose de su líder,
de negro y con las gafas de sol ayudaron… y llegó Killing Moon, y solo
alrededor del que esto escribe, aparecieron no menos de quince móviles grabando
en video con su círculo ‘on’ en rojo y así… fue difícil que la emotiva canción
cumpliera con su conmovedora función. La
tendrán eso si en la red desde diferentes puntos de vista y mismo sonido
horrible.
Con The Cutter y McCulloch
luchando en los tonos altos se despidieron cuando apenas había transcurrido una
hora, para aparecer enseguida en tono
festivo Lips like sugar, volverse a ir y reaparecer cuando no se les esperaba,
para una más, la taciturna Ocean Rain para, entre ida y venidas completar los
reglamentarios noventa minutos. No fue un mal concierto, porque el repertorio,
repleto de magníficas canciones de sus discos de los ochenta, fue
incontestable, y el sonido bueno, sobre todo de guitarra y teclados, pero… no
dejará huella por su burocrática falta de emoción.
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