El
quinteto de Asutin oscureció con su propuesta neopsicodélica y progresiva la
aún soleada tarde veraniega gijonesa, y aunque abrieron con «El Jardín», una de las canciones más luminosas ¡dentro de lo
posible! de Wilderness of Mirrors -nuevo disco con el que están girando y del
que presentaron buena parte de sus numerosas canciones- la lúgubre crudeza se
impuso.
En
generosa hora y tres cuartos largos atrajeron a los asistentes hacia el centro
de la tierra, atravesando densas capas de psicodelia granulosa y laberínticas
progresiones en bucle, a la vez que descendían por las profundidades de su
discografía con material seguro: «Entrance Song» sonó primitivamente melódica, «Young Men Death» en enrabietado ralentí, y en el
dilatado bis el recitado mantra de «Snake In The Grass» y la heroica espiral de
«Black Grease»
Férreos
y sin contemplaciones, concentrados en los suyos: sus instrumentos y los del
resto de la banda, que se fueron intercambiando diligentemente. Parcos en
palabras aunque comunicativos entre ellos, casi huraños, aunque Alex Mass no
eludió agradecer la presencia de los aficionados presentes en su opresiva pero sanadora
aventura sónica.
El
pétreo minimalismo de la batería marcó el camino, con la contundente Stephanie
Bailey rememorando a Moe Tucker (Velvet Underground es influencia reconocida
por la banda) mientras Christian Bland agitaba el enjambre de sonidos de su
pedalera de efectos llevando a los pasajeros-espectadores hacía el núcleo
terrestre, entre magmas garajeros «Empires Falling» y tántricos «Science Killer», «Dee-Ree Shee» o «The River», más alguna incursión para tomar aire en la superficie
¿pop? con «Firefly». Resonancias reconocibles como un sol de medianoche
sobre una corteza críptica y resistente que logró atrapar sin artíficos a los embelesados
geonautas.