Desde
su actual residencia en París, la norteamericana se presentó en la capital sola, únicamente acompañada de un negro piano
de cola. Sin los rítmicos arreglos instrumentales que la arropan en Hight
Priest su recientemente estrenado segundo disco producido por Chilly Gonzales en la capital gala.
La
solemnidad y rigor del amplio auditorio imponen, pero no fue impedimento para
que Sarah
lograra durante la hora y media de actuación embaucar y fijar la atención… en
su piano, versátil entre evocaciones blues, soul, y jazz, aunque sin llegar a
definirse en ninguno de ellos. Ser una neoyorkina, curtida en los escenarios de
Nueva Orleans y viviendo en territorio
europeo, tendrá algo que ver en la indefinición de géneros que la singulariza
como artista… genuina.
Se
apoya además en una interpretación teatral cercana al vodevil. Aparece en
escena empoderada, rotunda en carácter y cuerpo, para arrodillarse y recitar
con vehemencia a capella. Muestra sin tapujos su personalidad antes de
acercarse al piano ‘su instrumento’ que provoca en ella un efecto apaciguador…
que rompe con su imponente vozarrón, elevándose con trascendencia volcánica,
pero también en templado susurro.
Se
expuso intensa en emociones extremas: histriónica, risueña, exagerada,
cariñosa, amenazante, acogedora. Misteriosa pero siempre cercana, en constante
contracto con un público al que trató con confianza para hablar de su cuerpo,
su familia, el piano y el jazz, los
idiomas (le encanta hablar francés), la vida… su vida, entre expresivos gestos
y movimientos frenéticos junto a una copa de vino. Por momentos no se hizo
necesaria la presencia del piano. Ella y
su voz, sus palabras, su presencia… embaucadora. Una de esas noches para
recordar haber estado ahí
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