El volátil foco indie que ligeramente les
acarició al rebufo de El Niño Gusano -de cuyas cenizas surgieron- ya les abandonó, pero los zaragozanos
perseveran, buscando y encontrando en cada lanzamiento, emocionantes y
atemporales armonías.
Curiosa… y lógicamente, sus melodías claras de estribillo
enérgico, tienen un impacto inversamente proporcional al interés que debería
generar en un público de gustos fácilmente mudables.
Ellos a lo suyo.
Impecables letras y canciones que evolucionan, en este caso incorporando como protagonistas,
nuevos instrumentos en forma de festivos pianos y órganos: «Cuatro estrellas» ochentera melodía entre una tarde de coches de choque (Gabinete
Caligari) y una noche en la pista de baile (Dinarama).
Infalibles medios
tiempos donde guitarras y teclas se desbordan trepidantes entre voces y coros
de altura. Canciones de íntima cadencia rítmica «Santa Fe» o épica extroversión, que sin sonrojo les
conduce a Mocedades en «Mundo sensible» que abre este perenne disco.
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