Al igual que en la Depresión económica años 30’, sala de cine casi vacía para visionar el apócope de Mankiewicz en el que Fincher nos presenta un retrato del díscolo y alcohólico guionista (interpretado por un excesivo por momentos Gary Oldman) postrado escribiendo febrilmente el guión de Ciudadano Kane.
A partir de ahí, en una primera parte que hará las delicias de los cinéfilos, rendir tributo a la época dorada de Hollywood mediante flashbacks y en riguroso y necesario blanco y negro. Con una técnica y escenografía intachables (característico a lo largo del metraje) se suceden vertiginosos diálogos entre personajes en duelo por mostrar el verbo más sagaz en la mejor tradición de la comedia clásica y aunque abruma con un muestrario de alusiones a personajes del cine desconocidos para la mayoría, éstos no interfieren en la historia.
Acertado ejercicio metacinematográfico Wells-Finbcher con semejanzas, sobre todo estéticas (ya señaladas), pero con una marcada diferencia, en Kane se busca y encuentra una respuesta (Rosebud) mientras que en Mank el camino y sus diferentes desvíos son la propia respuesta.
Los seguidores de Fincher verán compensadas sus expectativas según avanza la trama y se sumerge en las conexiones entre el poder de las grandes corporaciones de cine y su relación política, en clara conexión con la actualidad y sus nuevas estrategias: fake news o el universo Trump. Con música de Trent Reznor y Atticus Ross, no es una cinta para todos… pero hay algo para todos.
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