Una casa amplia de vetusto estilo, en ella vive dentro de su senil demencia un lúcido octogenario que se niega a cualquier tipo de ayuda externa como su hija propone. Lo que comienza como un poco prometedor drama familiar entre padre e hija, se adentra sorpresivamente en el género del terror psicológico, transmitiendo con convicción, al adentrarnos en su desorden mental, las emociones que sufre el protagonista.
La angustia atenaza al espectador con cambios de escenarios, de caras y personas y repeticiones temporales que desorientan al anciano y perturban a la audiencia. ¿Reales o imaginarias? ¿Ordenarán ideas estos últimos? ¿Seguirá instalada la confusión en el primero? Opera prima en la que el director lleva su propia obra teatral al cine.
Se imponen los interiores pero también el leguaje escénico sobre el cinematográfico: verbo inteligente del padre, gestos y miradas expresivas de la hija y silencios como forma de diálogo. Protagonizada por un Anthony Hopkins ¡colosal! que sitúa a su personaje y al espectador al límite, irradiando simpatía y gratitud para, en segundos hacerte sentir un miedo más real que el de Annibal Lecter. Mismo nivel interpretativo el de Olivia Colman como coprotagonista. La sensibilidad se impone a la sensiblería. Acuciante, conmovedora y desasosegante.
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