Más que un documental con intención de denuncia, es una narración hiperrealista en el que las emociones se radicalizan entre lo horrible y lo hermosos. A ritmo de reportaje periodístico, aunque también con pausas para la reflexión. Grabada con videocámara y móvil por la directora y protagonista, en su estreno cinematográfico, se dirige en primera persona a su hija Sama, recién nacida en el único hospital que queda en pié en Alepo durante los indiscriminados bombardeos a la ciudad asediada en la guerra civil siria.
Testimonio directo no
sólo de la madre a la hija, sino también desde ellos –su pareja, amigos, vecinos como – para el mundo. Imágenes impactantes, crudas
y necesarias, dolorosas y didácticas. Es necesario herir la sensibilidad
filmando todo, por cruel que sea, y sentirte dentro de un hospital en el que
caen las bombas mientras nacen niños, sobrepasa los límites del adjetivo
utilizado.
Paradójicamente, la risa y la ternura afloran sobre todo en los niños, y también el humor en unos hombres y mujeres que muestran su fortaleza bajo cuerpos frágiles, en un mundo al revés en el que un mortífero mortero –ardiendo aun tras cumplir con su función destructiva– sirve para calentar unas manos entumecidas. Toda una lección de vida mientras se muestra la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario