El veterano director
sigue fiel a sus ideas: cine social comprometido, de rostro humano, que en esta
ocasión reflexiona sobre la situación política de su ciudad como epicentro para
exponer la occidental: precariedad laboral sanitaria, problemas de vivienda,
retroceso de avances sociales o corrupción política. El punto de partida es un
hecho real: el derrumbe de un edificio ruinoso en una plaza de Marsella, la que
alberga la estatura de Homero, ciego pero no sordo, como metáfora del
desentendimiento de las instituciones públicas ante los problemas citados.
A
partir de ahí, la trama se centra en una activista política que lucha por
conseguir en su grupo político municipal la unión de las diferentes ideas de
izquierda para afrontar unas elecciones a la alcaldía en el peor de los
contextos políticos, el actual. La cohesión que consigue como cabeza de
familia, con diferentes ideas y orígenes étnicos, es su referente a exportar.
Se plasman además los problemas de integración de los armenios en Francia, los
compromisos, la toma de decisiones, la implicación familiar o el amor tardío,
bajo un enfoque cálido y honesto. Un duro drama de tinte cómico que es capaz de
arrancar una sonrisa, y de emocionar a pesar del profundo dilema personal que
expone y la crisis moral colectiva que critica.
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