Reconocida como autora de documentales sociales,
la cineasta se estrena en una ficción que no se aleja del carácter testimonial.
Algo de ello hay en esta historia que narra el juicio a una joven francesa
culta e instruida de origen senegalés acusada de matar a su hija de 15 meses. Allí acude como espectadora sin relación con la acusada, una también joven
novelistas para documentarse. La segunda de ellas, y los espectadores
comenzarán a cuestionarse sus propias convicciones sobre un hecho tan
antinatural como es el infanticidio.
Es un thriller judicial que trata de
reconstruir los hechos mediante la palabra, en un escenario frío como es un
tribunal, por lo que formalmente le acerca al teatro. Dominan los largos
monólogos, concisos diálogos y necesarios silencios que hacen de esta película
su virtud y, aunque no sea fácil, son estos momentos los más interesantes más
allá de lo que ocurre fuera de la sala. Es en el interior donde la directora,
con guión propio, consigue exprimir con talento este último, gracias a las
declaraciones pausadas y siempre enigmáticas en planos fijos y largos de una
acusada que reconoce los hechos pero no su responsabilidad… en relación al Mito
de Medea y a la sobrenatural espiritual africana en un final en el que cada vez
hay más preguntas sin respuesta.
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