La cineasta barcelonesa muestra
la vida de una familia que se dedica a la agricultura hortofrutícola intensiva
en el municipio que da título a la misma, Alcarrás, en la comarca del Segría en
Lleida. La propia directora vuelca experiencias propias a la hora de exponer la
difícil situación que vive el campo y por extensión la población rural. Lo hace
partiendo de una familia nuclear extensa que durante un par de generaciones
trabaja la tierra bajo un acuerdo entre abuelos de dos familias basado en la
confianza mutua, sin contrato firmado.
En el contexto de la realidad de
un mundo capitalizado y globalizado que avanza sin mirar atrás, la familia
propietaria decide implantar placas solares obligando a la familia campesina a
cambiar su tradicional forma de vida agrícola para reconvertirse en el sector
energético.
La directora muestra los dilemas
y conflictos personales de la familia afectada de forma inmersiva, gracias a
una forma de rodar en planos largos y desde dentro, desde la casa, la parcela,
las reuniones para comer… pausadamente, el espectador se convierte en uno más
de la numerosa familia que forman: abuelo, hijos, nietos, cuñados. Todos ellos
protagonistas principales pues cada uno de ellos vive el problema de forma
diferente y de acorde a las distintas edades que van desde la veje a la niñez
pasando por la edad adulta y la adolescencia. Cada cual vive su propio
conflicto, tanto interno como externo, pues las discrepancias entre ellos
desestabilizan lo que hasta el momento era una unidad férrea.
Es además un retrato nada
bucólico de la vida rural, en el que el paisaje como bello elemento natural, no
esconde la realidad cotidiana, tanto en el duro trabajo diario en la propia
tierra, como en el más duro si cabe como minoristas obligados a comerciar bajo
las asfixiantes condiciones de los mayoristas capitalistas. Se moja la
directora mostrando explicitas y muy realistas escenas de conversaciones y
manifestaciones en las que los que se evidencias los intereses políticos y
económicos, una vez más alejados de los intereses de las personas a las que
prestan servicio.
Una historia sencilla que mira al
pasado para defender un modo de vida tradicional que se extingue, pero lo hace
sin olvidar el presente, reflejado sobre todo en los personajes adolescentes,
el hijo que baila ‘makina’ y fuma hierba y la hija que ensaya bailes ‘trap’… y en el que hay que reseñar ‘el excelente’
trabajo que la directora ha hecho con los personajes… y más excelente aún de
todos los actores y actrices… remarcando sobre todo que NO profesionales.