Drama
carcelario de ritmo pausado que desde su inicio consigue atraer la atención del
espectador. Lo hace sin los artificios de los que suele abusar dicho género, no
hay planes de fuga, ni multitudinarios motines, ni personajes estereotipados…
al contrario el director italiano propone un escenario nada habitual.
La
acción se sitúa en una destartalada prisión que por su antigüedad no reúne ya las
mínimas condiciones de habitabilidad. Situada en algún lugar no concreto del
norte de Italia según delatan el mínimo paisaje inicial y las condiciones
meteorológicas que se muestran. La población reclusa comienza a ser trasladada
a otros centros, pero surge un problema en el proceso de reubicación y doce
reclusos no obtienen aún nuevo destino. Tiene por tanto que continuar en la
vieja cárcel, bajo la vigilancia de un reducido número de decepcionados
funcionarios, pues reciben la noticia de forma fría e imprevista, la misma
noche que celebraban, con las maletas ya hechas, también su traslado a otros
centros.
La
desilusión tanto de oficiales como de internos, generará un ambiente de sostenida
tensión que sin llegar a estallar en previsible y efectista revuelta, si que
irá minando la moral de unos y otros, pues no hay noticias de su futuro
inmediato. El director de forma comedida y honesta muestra un interesantísimo
duelo psicológico entre ambos bandos encabezados por un inteligente recluso, el
envejecido Lagioia interpretado por Silvio Orlando y el oficial que ha quedado
al mando, el más veterano de los que se quedan, Gaetano interpretado por Toni
Servillo.
Lógicamente
esta situación irá provocando un acercamiento entre dos grupo de personas
condenadas a entenderse, pues clausuradas las actividades y visitas, el día a
día se hace aún más tedioso en el centro, por lo que los conflictos surgirán en
cualquier momento… con el de la comida como principal asunto que si en
principio aleja, poco a poco irá acercando las posturas de internos y
funcionarios polarizadas en sus dos citados protagonistas, como se muestra en
una cena compartida en el patio central tras un apagón de luz, una de los
momentos más brillantes de la película.
La
trama se presenta en un contexto casi teatral, escenificado en oscuros
espacios, donde no entra la luz natural y dominada por pausados y reflexivos
diálogos con los que se consigue que la tensión se convierta en suspense precisamente
es esto lo que inquieta al espectador y como en los relatos de Kafka, no el
final que les espera a unos y a otros.