Narra la historia de unos personajes cuyas atropelladas
vidas se mueven en contextos extremos. Violencia colectiva e irracional en
Amador, cuya personalidad esconde un secreto que le obliga a ocultar su verdadera identidad,
aparentando un carácter antagónico al que realmente tiene (de descubrirse,
estaría en juego su vida), y su kapo Alberto junto al que lidera la facción
criminal de un grupo ultra de futbol con conexiones mafiosas.
Violencia individual
y justiciera en Cesar que ajusta cuentas por encargo para vengar cuestiones
ajenas. Violencia en vidas tangentes que en ambos casos tiene su origen en
infancias ruinosas afectivamente, en las que el amor se pierde entre las fáciles
escapatorias que ofrece el odio. En el escenario de una ciudad, Barcelona y su
extrarradio, cuyo paisaje urbano estigmatiza a unos protagonistas que
sobreviven imponiendo desafiantes su
presencia, mostrando su fortaleza y ocultando una debilidad que acecha
emocionalmente bajo la sombra de una niñez vapuleada.
Muy bien estructurada, con
una acción no lineal, en la que la utilización de un flashback muy poco
ortodoxo, crea rupturas de espacio y tiempo que adelanta hechos sin
concretarlos, pequeños datos en apariencia irrelevantes que según evoluciona la
historia, irán cuadrando para entender las situaciones extremas que provocan
sus actos exagerados, crueles y arbitrarios... el frío esmalte de la generación
x (Easton Ellis) enfangado por el grumo punk de las aguas del Llobregat.
La realidad más sórdida se plasma sin tapujos, apoyada en el uso de una jerga inventada, que aunque desconcierta de inicio, se antoja necesaria para acercarnos con rabia nihilista a un submundo grosero y despiadado, donde las desventuras se muestran como son, duras y explícitas hasta la nausea, vibrantes y aceleradas hasta el mareo, en una espiral centrípeta en el que los personajes sobreviven emocionalmente interiorizando unos demonios que tratan de escapar entre la escasa luz que se cuela por la puerta del odio.
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