La escritora moldava asentada en París, sorprendió hace dos años con su primera obra la fantástica “El verano que mi madre tuvo los ojos verdes" En ella, el protagonista era un niño y su compleja relación con la madre. En esta, la protagonista es Lastochka, una niña moldava huérfana, que es adoptada por Tamara Pavlovna una mujer rusa que la tiraniza recogiendo botellas de vidrio por las calles de Chisináu para subsistir ambas.
En
el contexto de los años finales del comunismo en el que Moldavia formaba parte
de una Unión Soviética dominada por Rusia que sometía a éste y otros
territorios política y culturalmente, imponiendo lengua y costumbres. Lastochka se desenvuelve entre dos mundos: el moldavo de su mísera
realidad y origen y el ruso que le impone cruelmente su madre adoptiva en busca
de una identidad que se complica… lastrada por una niñez traumática vivida en
el orfanato.
La
protagonista sobrevive anhelando la normalidad que reflejan las personas que la
rodean, sobre todo en la escuela, que adora como forma de huir de su
esclavizante trabajo, de la brutalidad dialéctica y física del barrio y las
calles.
Narrada y descrita desde las entrañas de la niña y desde la realidad externa que la rodea. Como una definición agridulce de un tiempo no muy lejano que conoce bien, vinculando la maternidad y el amor a un pasado brumoso que trata de iluminar.
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